viernes, 15 de agosto de 2014

El plan (im)perfecto [3]


Después de dos intentos fallidos de hablarle y enterarla de cuán loco me vuelven su voz aniñada, sus bucles, sus níveos dedos, sus labios escarlata... por fin, me envalentoné y decidí acercarme a abordarla directamente, sin más. Esta vez no había ningún alumno de Ciencias cerca, ni llevaba los audífonos ocultos entres los cabellos. La distancia cruel se fue acortando centímetro a centímetro, y ella, grácil, leía echada sobre el césped. Fantasía, de 84, que por estos días me tiene acojonado, me acompañaba en la larga travesía. Las manos me temblaban, las piernas querían que saliera huyendo (como tantas otras veces). Boté airé, tratando de que la velocidad de mis latidos decreciera. Dios estuvo en mis labios durante el segundo que exhalé, luego, como siempre, se hizo uno con el viento. Seguía echada, leyendo; el mundo no se atrevía a interrumpirla. Con los metros consumiéndose bajo mis pies, uno a uno mis más grandes temores de niñez fueron envolviéndome en una reminiscencia maldita; pero no era tiempo para ser cobarde: la mujer más hermosa del mundo estaba allí, a mis pies, literalmente. Cinco metros. Cuatro metros. Tres metros. Dos... 

No pasó nada extraordinario que me hiciera perder la ocasión de poder confesarle los desvelos a causa suya. 

Como si siempre hubiera sabido que me hacía sentir como un adolescente, levantó la mirada, se puso en pie, y me sonrió. Mi corazón, para entonces descontrolado, se detuvo. Pasaron uno, dos, tres mil segundo. Mis labios se activaron prestos a devolver la mueca de magia... Y alguien pasó por mi lado, la tomó por la cintura y se estamparon un beso más apasionado que el de Rick e Ilsa en Casablanca


Octubre, 2013



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