Sí. El plan
estaba trazado. Mi amigo, un poeta hondureño, me instó a sorprenderla. Y qué
mejor que hacerlo con lo más simple y lo único que sé (creo que sé) hacer:
escribir. La había visto en el tercer piso de la biblioteca durante algunos
días, a la misma hora. Ya era tiempo. Me senté donde siempre, cerca de las
computadoras de consulta. La silla de enfrente estaba vacía, como tantas veces.
Esperaría que ella llegue, se sienta en aquella silla, distraída, grácil; yo no la miraría; ambos sabríamos que
nos estábamos pensando. Ella abriría la mochila, sacaría un libro y,
concentrada, se desentendería del mundo (al menos fingiría hacerlo). Entonces,
yo sacaría una hoja y escribiría "Hola", y se la daría sin decir
palabra, mirándola a los ojos. Ella se extrañaría, leería el minúsculo mensaje
y respondería "Hola". Y yo en las nubes, sonreiría como idiota, y
ella se reiría de mi sonrisa. Y entonces, yo levantaría las cejas coquetamente
y ella seguiría riendo y yo seguiría volando y ella seguiría riendo y yo
seguiría riendo y ella segui...
Un tipo de Ciencias se sentó en la silla de
enfrente.
Septiembre,
2013
[Imagen editada de la web]
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