martes, 27 de diciembre de 2011

En la próxima estación, talvez

Solíamos caminar de la mano juntos. Siempre los dos solamente. Algunas veces preferíamos que el tiempo nos rebase; otras, lo dejábamos relegado como para que cuando nos alcanzara sentir que habíamos vivido tanto juntos y así poder aquietar el corazón hasta nuestro próximo encuentro. Nuestras tardes se gastaban pisoteando – gaviotas volátiles nerviosas – la arena de la playa. Nos gustaba el mar, tanto. Hasta ahora no me explico de dónde salían tantos temas para conversar. Yo era un tipo aburrido entonces, más que ahora. Ahora creo ser simplemente detestable.

Por las noches soñaba con tus mejillas rosas, con tus ojos de faros, con tu voz de poema. Eso los días cuando podía conciliar el sueño, que eran los menos. La mayoría de veces me refugiaba en leer tus letras en esos papelitos en los que me garabateabas tu amor o me internaba en el mundo que me podía ofrecer alguno de los tantos libros que ya releídos me vigilaban desde los estantes. De pronto, me encontraba sumergido en un argumento que me hacía recordarte. Y me frustraba. Me frustraba que nadie supiera el destino del amor que se termina, ni Bécquer. « Maldición – me decía – el amor no se acaba, solo cambia de receptor ». Me frustraba leer a  Borges y Cortázar. Yo ahí sentado sin poder, como ellos, destrozar el tiempo y el espacio, y hasta la misma razón, en pos de alcanzar tus manos, tus manos de nube.

No puedo olvidar el día que me dejaste, que te obligaron a dejarme, que te alejaron de mí. Hasta ahora no he podido.

Que camino a diario a nuestra playa favorita pisando la arena que juntos pisamos. Que me siento a arrojarle piedras al mar. Que me quedo con la mirada perdida por horas en las gaviotas que vuelan libres. Que te extraño a rabiar y que las horas son más grandes (parecen días) sin ti. Que se me llenan los ojos de lluvia y que tengo que mentir con aquello de lo de la basurilla. Que estoy solo como siempre lo estuve hasta que te vi. Esas son mis verdades. Así pasan mis rutinarios días solitarios. Es cruel el proceso de no tener, tener y perder.

Soy un maldito pasajero de tren aislado y obligado a permanecer de pie y ser testigo de la felicidad de los que van sentados. Felicidad que solo comparten con los que están en su misma situación. Pero al menos entonces yo me sentía feliz (no era, pero me sentía así y eso era lo que importaba) y se me permitía hacer el viaje cogido del pasamanos pues te tenía a mi lado. Eras tú mi pequeño boleto a la felicidad. Eras el único comprobante de que debía (o al menos podía) estar en el tren. Pero, de pronto, te me escapaste de las manos y te fuiste volando por la ventana lateral como las gaviotas que nos acompañaban en la playa. Así  que en algún momento seré expectorado (y no pondré resistencia) del tren. Para qué seguir aquí si ni siquiera puedo asirme del pasamano, estoy a la deriva.

Me he convertido en un hombre solo, otra vez. Y el título no me gusta. Aún te estoy buscando. Uno de estos días, cuando no me falte valor, seguiré buscándote.


***


Hasta ahora no han encontrado a María Fernanda González. Han pasado casi siete años desde la mañana del 04 de Septiembre del 2004, fecha en la que desapareció. Alejandro, su padre, no ha perdido las esperanzas de encontrarla. Ha recorrido literalmente todo el mundo.

Tal vez alguno de estos días, cuando el valor no le falte, vaya en su búsqueda. A la eternidad.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Buscando aquello que se tiene

Después de largos años de búsqueda y de haber invertido la totalidad de mi tiempo en encontrarla, caí rendido. Ahora, sentado en el poyo de la casa, recuerdo mi niñez y cómo empezó mi obsesión. Tenía por entonces, si la memoria no me falla, 8 años y Drois, mi pequeño fox terrier, había muerto dejándome sumido en una tristeza tan gris como su pelaje. Tiempo después mi madre también moría.

Mi padre trajo a Drois el día de mi cumpleaños, dos años atrás. Fuimos muy buenos amigos y solíamos pasar los días de verano en las chacras del abuelo, corriendo hasta quedar tan agotados que al final del día el abuelo nos encontraba dormidos en el granero. Pero, un día Drois, que sufría de epilepsia, en uno de sus tantos ataques se fue para no volver más. Dos años después mi madre perdía la vida víctima de una fulminante pulmonía. Sus manos no volverían a acariciar mis cabellos ni me diría nunca más te amo con su voz de querubín con la que también me cantaba por las noches. A mis diez años yo no podía entender por qué me pasaba todo esto. Y la interrogante de todo aquel que sufre de verdad surgía en mi cabeza, ¿por qué?

Desde entonces y a pesar de mi escasa edad decidí buscar la felicidad. Leí miles de libros que contenían el secreto para ser feliz. Los amigos que he tenido durante la vida me obsequiaron y recomendaron muchos buenos libros para alcanzar mi objetivo (objetivo que nadie sabía hasta ahora que decidí escribirlo), pero, a pesar de ver resultados muy buenos en ellos, yo no lograba ver cambio alguno en mi vida. Seguí por varios años más en las grandes bibliotecas del mundo. Estuve en la Bibliothèque Nationale de Francia, en la Library of Congress de Estados Unidos, en la Admont Abbey Library de Austria, en La Biblioteca Miguel de Cervantes Saavedra de España, en Strahov Theological Hallen de Praga. Y nada.


No he podido entender cómo en 63 años de búsqueda no he podido encontrar indicios de aquello que me fue arrebatado a tan temprana edad. Ni las caminatas por la Calle La Palma y la Plaza La Paja en Madrid, ni los paseos en góndola por las calles de Venecia y la estadía en Piazzale Roma, tampoco la Avenida Acoyte ni el barrio Palermo (por donde anduvo Borges) me sirvieron para dar término a mi gran viaje no exento de aventuras y peligros, pero sobre todo de misterio, de desesperación por no encontrar a la tan ansiada felicidad.


* * *


El cavilante hombre estaba sentado en el poyo de la casa. La casa había pertenecido al abuelo, donde él de chico solía correr con su perro y donde por las noches, entre el cri-cri de los grillos, se escuchaba la voz de su madre cantándole. Ahora él se parecía al abuelo. Las arrugas que habían invadido su rostro eran muchas y los lentes a medio poner le daban un aire de quien conoce lo infinito e inmortal. Siguió mirando a lo lejos el horizonte con un sol descompuesto mientras las aves gorjeaban sigilosamente. La noche poco a poco invadía la torpeza del estático mundo. Llegaron hasta él el canto de su madre, los ladridos de Drois, sus alegrías de niño, su viaje en búsqueda de la felicidad, las mujeres que conoció, los hijos que tuvo, los amores que tuvo que dejar ir, su pequeño nieto a quien ahora veía correr a los lejos... Entonces en medio de toda esa Naturaleza y de los mil lugares que conoció y los mil libros que leyó y los mil amores que perdió y los mil dioses que adoró... En medio de todo eso se dio cuenta de cuánto había vivido. En medio de todo eso que como remolino de colores borrosos le daban infinitas vueltas alrededor...en medio de todo, cerró los ojos con lentitud y sonrió.

Rato después se acercaba corriendo un niño seguido de un pequeño fox terrier. Lo abrazó sollozando sin entender por qué su abuelo no escuchaba sus súplicas. A lo lejos se escuchaba el canto de una mujer, con voz de querubín, que seguramente hacía dormir a su hijo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Curiosidades: examen PUCP

Día 6 de febrero. Llego a la PUCP. Es el día del examen de admisión. Después de las peripecias para ingresar me hago parte de la multitud que bifurcada recorre el tontódromo en busca de sus respectivas aulas pre asignadas. EE.GG. Letras, aula 305, carpeta 34. Tres lápices (¿o fueron cuatro?), borrador y tajador. Una examinadora sonríe al verme ataviado de tantos lápices. La idea fue de Teresa, mi novia. Me dijo que evitaría perder tiempo tajando si llevaba varios lápices. Me pareció una idea muy inteligente. Yo jamás hubiera tenido una mejor idea.

Estoy en la fila central, con tres filas a cada lado. La gente va entrando de a uno y la examinadora los distribuye de acuerdo al número señalado en cada carpeta que, además, contiene los datos del alumno. Todo aquí es código. Desde entonces dejé de ser una persona para pasar a ser un número. En la fila del lado izquierda, contigua a la mía, se sienta una señorita – aunque dudo si el título es el adecuado, las fachas la delatan – con una actitud despreciativa para cuanto la rodea.

Intento, sin muchas ganas y éxitos, buscar con la mirada si por casualidad había algún excompañero de la academia donde me había preparado meses antes (estaba oxidado académicamente, entonces necesité refrescar la memoria: unos que otros conceptos y fórmulas), pero es en vano, hasta que entre los últimos alumnos que ingresan identifico a dos. Uno es, según recuerdo, muy bueno en la sección de redacción y el otro, del otro nunca supe nada. Nunca me relacioné con ningún integrante del aula beta (divididos en alfa y beta de acuerdo al nivel académico) y la verdad es que fue más por falta de tiempo y por exceso de timidez que por otra razón.

Comienza el examen y por ende, al igual que antaño, los nervios. Ínfimos, pero nervios al fin. Me concentro en la primera sección. Vaya, sí que parecen como los pintaban. Reparo de pronto en la chica con aspecto alegre y noto que subraya raudamente los textos, hace anotaciones con rapidez y premura acerca de estos y encierra con un círculo muchas palabras. Me doy cuenta de todo esto con absoluta discreción y cautela pues los examinadores se pasean por entre las filas, mismos perros ovejeros cuidando el rebaño.

Por supuesto que no tengo la mínima intención de copiar cuanto está haciendo la susodicha, y aun si quisiera hacerlo estaría limitado por la marcada miopía de la que soy víctima. Solo tengo curiosidad por lo que mis ojos están dando fe. Quién lo diría. En el instante surge una macabra disyuntiva. O sabe mucho y hace uso de su magnánimo conocimiento o, por el contrario, no sabe nada del tema y la ignorancia ha calado en su cerebro haciendo a la vez que alucine que cuanto resuelve es lo correcto. En resumidas cuentas, solo sabe que nada sabe. Creo que es una teoría estúpida y segura la segunda.

Borro cualquier indicio de índole filosófico de mi mente y explayo mi conocimiento en el examen. Al final, luego de terminado el examen y haberme tragado 1 hora más sin hacer nada, salgo confiado. A la salida, mi madre, mis hermanos, mi novia y su familia nos vamos a comer. 

Aquella chica de la que hablé nunca más volví a verla. No la recuerdo, pero de seguro que la reconocería. Tal vez mi teoría sí era cierta y la frase socrática ayudó a comprobarla.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cada vez que vuelves...

Hoy, un día cualquiera, desperté, pero no abrí los ojos. En ese mar oscuro apareciste con tus ojos grandes y hermosos y tu sonrisa infinitamente reparadora. Apareciste como una tormenta estelar y bombardeaste mis pupilas que, ocultas tras los párpados, empezaron a inundarse.

Cada cierto tiempo me asalta tu imagen. De pronto en el carro: la cabeza recostada sobre el vidrio, la música suave, los ojos en el artístico horizonte. De pronto en la céntrica Lima: caminos olvidados, edificios que acechan  el paso de los transeúntes, nombres de calles que se confabulan en contra del paso del tiempo.

Intento abrir los ojos. Y no quiero. Tu frente grande, señal de astucia e inteligencia, remata ese rostro tierno y augusto que suele aún hoy mirarme con amor algunas veces; con dureza, otras tantas. Te sonrío, pero lloro. No puedo y nunca podré separar este sentimiento de mi alma. Un sentimiento tan ambiguo como mi propia personalidad. Un sentimiento que, a pesar de los años transcurridos, aún me asalta súbitamente y hace de mi rostro un cielo invernado.

Vuelvo de vez en cuando hasta donde caminamos tantas veces, donde tú y yo miramos tantas cosas que aún nos recuerdan, pero que ni tú ni yo podemos ya recordar. Y tú no recuerdas porque ya no estás y las memorias se van con quienes deciden no estar más (o a quienes los obligan a irse), y yo no recuerdo porque la selectiva memoria que me tocó me libera de la dependencia del pasado, muy a mi pesar a veces.

Te me acercas y mis ojos aún cerrados te ven. Me abrazas y me dices que me quieres, que siempre me has querido. que siempre me querrás. Me abrazas y te abrazo como nunca lo hicimos y como siempre quisimos. Siento tus brazos y tu pecho. Son mis brazos y mi pecho ahora. Y tus ojos serán mis ojos, Y tu tez será la mía. Y tu sonrisa, no, esa no será mía, esa siempre será tuya, siempre será tu sonrisa, esa tu sonrisa que supo querer, que aprendió a vivir.

Los libros que tanto quisiste leer ya no están, pero en su lugar hay otros tantos, tanto y más buenos que los que atesorabas. Los adquiero por muchas razones: porque soy tú, porque así lo quisiste, porque fuiste inteligente, y lo sigues siendo seguramente, porque me encantan las historias, porque me recuerdan a ti y porque soy malditamente maníaco.

Retiro tu rostro y lo veo, paciente. Mis ojos todavía cerrados se han acostumbrado a estas alturas a la oscuridad. Como todo yo. El ambiente apacible me adormece. Tus ojos sensibles al llanto se han humedecido. Te quiero, cierra los ojos y verás que despiertas, te digo. Ciérralos, porque cuando los cierres tú, solo entonces, podré abrirlos yo.


Gracias papá. Te amo.

martes, 20 de diciembre de 2011

Digamos que empiezo, que puedo crear

Nunca me imaginé escribiendo una entrada en mi propio blog. Ahora que lo hago (y que espero seguir haciéndolo) me anima el saber que como resultado tendré en mis manos una nueva responsabilidad: escribir. Escribo cuando puedo (quiero sería una mejor palabra, pero si la escribo no soy sincero conmigo mismo) y necesitaba de alguna manera obligarme a hacer ciertas cosas: explotar mi escasa imaginación y agilizar la memoria que cada dos por tres me decepciona por su poco compromiso conmigo.

Entonces, como se trata de la primera entrada pasaré a explicar el nombre del blog. Yo, dios intentará, en lo posible, registrar ficcionalmente la verdad y verídicamente la ficción (?). Pues, Mario Vargas Llosa se refiere al escritor como un pequeño dios, un creador de verdades, simulador de ficciones dentro de un marco real. Eso es lo que intento ser: un dios. Un dios en el sentido de crear mundos, aparte de todos los que tengo en el alma y de los cuales haré uso cuando no tenga recursos a mano. No soy escritor, pero lo seré, al menos lo intentaré.

Por otro lado, intento ser un dios cuando a diario me separo, en medio de mis limitaciones, de aquello que me  llena de soberbia, enojos y cualquier otro tipo de sentimiento que no me permite crecer. A diario intento educarme, intento saber y adquirir conocimiento de lo que me servirá para ampliar mis horizontes y conquistar esos mil mundos que poseo, subyugar a los fantasmas que aquejan la imaginación de la mente inactiva.

Este blog no busca la verdad, mas requiere su búsqueda. Admiro la inteligencia y admiro a quienes buscan. No, no me equivoqué en la redacción (al menos aquí no). Admiro a quienes buscan. No solo la verdad. Quienes buscan la libertad, la utópica igualdad, la sensibilidad de la naturaleza y la magia del amor - en todas sus dimensiones... En resumidas cuentas, leer y aprender hace libres a las mentes, siempre y cuando sea utilizado en pos de un mundo mejor, siempre y cuando produzca felicidad (evito las cuestiones metafísicas y filosóficas).

Para no explayarme más de lo que me permite la hora (00:14) concluyo la entrada. No todas las entradas serán tan sobrias, dependerá de mis estados de ánimo, que son cambiantes hasta el hartazgo por cierto. Hoy dormiré y soñaré con la nada. Estoy tan cansado que espero no soñar, así descansaré profundamente. Una caminata en verano por el centro de Lima cansa a cualquiera. Hoy será un buen día, espero que para todos. Buenos días.