domingo, 16 de junio de 2013

De lo estúpido que es crear un "feliz día..."

El chico se echa a dormir, como lo hace todas las tardes, hasta las cuatro, hora en la que el padre se va a trabajar. El chico llega cansado de la academia donde se prepara a diario para alcanzar una vacante en la universidad donde todos quieren entrar, pero pocos pueden. El padre se va a trabajar a las cuatro de la tarde, esta semana le toca trabajar de noche, para que el chico pueda seguir preparándose en la costosa (para ellos lo es) academia. El chico suele despertarse y despedir a su padre con un apretón de manos, pero hoy no lo hace así. Hoy se despierta pero sigue con los ojos cerrados, así lo despide, ni siquiera lo ve, el cansancio es mucho, y cierra la puerta.

Es raro, el chico siempre suele ver a su padre desde la ventana. El chico se apoya en el marco y ve al padre, con el caminar pausado y orgulloso, hasta que este desaparece al voltear una esquina. Hoy, simplemente, cierra la puerta y se echa en la cama a continuar durmiendo. Es un día raro, así comienza lo inesperado, en medio de la rutina, cuando no se espera que pase nada. Maldita rutina, malditos cambios, maldito día.

El chico se despierta sobresaltado, el hermano menor le grita incoherencias. Alguien le ha avisado al hermano menor que el padre no está bien, al parecer lo han llevado al hospital. El chico maldice para sus adentros y se yergue presurosamente, no sabe qué hacer. Encuentra a la madre que llega de trabajar. Seis de la tarde. No entiende lo que ella le explica, coge un par de monedas y llama al hermano mayor quien está enseñando matemáticas, así se gana la vida por ahora que es aún estudiante. El hermano mayor contesta, y se apresura a salir del trabajo.

El chico y la madre salen rápidamente de la casa, se dirigen al hospital. El chico, quien no es muy adepto a los rezos, suplica para sus adentros, como si tratara de encontrar a ese dios que nunca busca, o que no existe, pero a quien necesita de algún modo. Así es el ser humano, busca lo que nunca buscó solo cuando lo necesita, convenido idiota. Llegan al hospital, entran por la puerta de emergencias. Maldito olor a muerte.

Las horas pasan, los amigos llegan a brindar su apoyo; algunos, después de un buen rato, comprensiblemente, se retiran. Las horas siguen su camino, el tiempo es así, no le interesa nada, ciego y mudo sigue adelante, inmutable. El chico y el hermano mayor duermen, el cansancio puede más que el dolor. Despiertan, nada ha cambiado. El padre sigue en la camilla, nadie pude entrar a verlo.

La presión arterial fue tan alta que el padre perdió el conocimiento en el auto en el que se dirigía al trabajo.  El cobrador lo bajó del vehículo y lo dejó tirado en la acera. Nadie lo ayudó, malditos humanos, así somos, una sarta de malditos hijos de puta a los que no nos importa nada ni nadie. Un policía fue el único que lo ayudó, obligación, compasión, no se sabe, solo se sabe que lo llevaron al hospital cuando se dieron cuenta que no era un borracho.

El chico espera en la sala. Ya ha entrado a verlo, pero no pudo decirle mucho. Lo ha visto con muchos aparatos en el cuerpo, unos cables en la cabeza, él no entiende mucho de eso, no entiende nada en realidad. Se ha quedado mirándolo, lo ha cogido de la mano. Habían, días antes, proyectado arreglar un repostero viejo para guardar los pocos platos y tazas; el chico le recuerda eso al padre, le dice que tiene que estar bien para arreglarlo juntos. El padre no lo escucha, está en silencio, los ojos cerrados, su alma está en una lucha de la que salió librado varias veces de joven, pero ya no es joven, y la lucha es ardua. 

A las once de la noche, un doctor llama al hermano mayor. El chico está parado frente a la puerta doble. Alguien se acerca donde el chico, le dice que lo lamenta. Los párpados no se cierran, con respeto mortuorio se quedan abiertos esperando que las lágrimas asomen. Dos chorros grandes de agua caen por las mejillas del chico. Es lo único que puede hacer, no más. El padre no volverá a sonreírle como lo hacía, ni lo abrazará como lo abrazaba, ni le acariciará la cabeza, ni les dirá, al chico y a sus hermanos, que son el único motivo por el que sigue sacándose la mierda a diario. Por ahora, todo se ha ido al carajo.

Al día siguiente, es el chico quien, con ayuda de una prima, recoge el cuerpo inerte del padre. El hermano mayor hace trámites para sacar el cuerpo sin la necesidad de una autopsia. De la morgue, ese lugar que apesta a mierda, que apesta a humano, de ese lugar sacan el cuerpo del padre. La prima, una de las más queridas, llora, lo quería tanto. El chico no se inmuta, no puede. El olor de la muerte se le ha metido en el alma, y es ese olor el que no se le irá de la mente jamás, el mismo olor que le impedirá estar en un velorio, que le impedirá ir al cementerio.

El chico se queda a solas con el ataúd en el velatorio. Son tres horas, o más, o menos, el tiempo ya no importa, en las que el chico tiene la última conversación con su padre. Llora hasta el cansancio. El lugar está abierto, es el velatorio de una iglesia, pero nadie se acerca. El chico llora, nunca ha llorado antes como lo hace ahora, ni lo hará jamás. Luego, cuando la gente lo vea sin lágrimas pensará que no le dolió, pero el amaba tanto a su padre, ¿cómo mierda no le iba a doler? El chico ignora lo que sienten sus hermanos y su madre, solo sabe que le duele tanto como a él. Ellos si llorarán luego; él, ya no, las lágrimas también se acaban.

El chico no va al cementerio en el cumpleaños del padre, como lo hacen otros, él no puede. Tampoco va en el día del padre. Esos días son bastante duros para él, todos los días son duros cuando alguien parte. Son días duros que se vuelven crueles. Tal vez nadie entienda las decisiones que el chico tomó desde aquel día, pero nadie tampoco entenderá cuánto amaba este chico a su padre. Hay días en que no soporta más y se echa a llorar a solas, como lo hace hoy para no morir. 

Hoy quisiera volver el tiempo y asombrarse otra vez con las ingeniosas construcciones de su padre, con esa frente amplia, con esa sonrisa fácil, con ese geste duro, con esas manos fuertes, con esos abrazos más fuertes aún, con un libro en la mano; qué importaba lo demás si el padre era el tipo más inteligente que él conocía, qué mierda importaba lo demás si él lo era todo, qué mierda importan los errores cuando se ama. Hoy, el chico que ya ha dejado de ser chico, que se va convirtiendo en hombre, quisiera volver el tiempo y no cerrar esa puerta y ver, siquiera de espaldas y con ese caminar pausado y orgulloso, a su padre voltear la esquina.


Para Jorge Roberto, a quien no puedo recordar sin llorar.

8 comentarios:

  1. Muy buenos los escritos con algo de rabia puestos en tu texto... para todos es dificil perder a alguien q siempre estuvo alli pero bueno no eligimos cuales momentos pasar o cuales no , si lo hicieramos,vivir, no seria lo mismo... Muy buen texto profe

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    1. Hay que aprovechar esos momentos en que estamos más sensibles y más prestos a explotar. Claro que la ficción tiene un grado mayor que la realidad y ahí está el arte creativo. Gracias por tus visitas y los comentarios.

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  2. momentos duros que pasamos todos en esta vida aun mas cuando son seres que queremos con todo nuestro ser, se entiende que no es facil lo que pasaste pero ten presente todos los recuerdos y cosas buenas que te enseño que para eso se saco la mugre trabajando para que seas mejor cada dia !!!! atte leito ......

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    1. Gracias por tus palabras. Solo quise hacer un recuento de todas las historias que he escuchado sobre seres amados ausentes y amalgamarlas. Lo importante es tener presente a las personas que ya han partido y lo bueno que hicieron por nosotros, de ese modo se hace más soportable su ausencia. Gracias, amigo.

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  3. Agradezco los comentarios; me animan a seguir creyendo en esto. Al fin y al cabo, solo soy algo si ustedes, los que me leen, están.

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