El chico se echa a dormir, como
lo hace todas las tardes, hasta las cuatro, hora en la que el padre se va a
trabajar. El chico llega cansado de la academia donde se prepara a diario para
alcanzar una vacante en la universidad donde todos quieren entrar, pero pocos
pueden. El padre se va a trabajar a las cuatro de la tarde, esta semana le toca
trabajar de noche, para que el chico pueda seguir preparándose en la costosa (para
ellos lo es) academia. El chico suele despertarse y despedir a su padre con un
apretón de manos, pero hoy no lo hace así. Hoy se despierta pero sigue con los ojos
cerrados, así lo despide, ni siquiera lo ve, el cansancio es mucho, y cierra la
puerta.
Es raro, el chico siempre suele
ver a su padre desde la ventana. El chico se apoya en el marco y ve al padre,
con el caminar pausado y orgulloso, hasta que este desaparece al voltear una
esquina. Hoy, simplemente, cierra la puerta y se echa en la cama a continuar
durmiendo. Es un día raro, así comienza lo inesperado, en medio de la rutina,
cuando no se espera que pase nada. Maldita rutina, malditos cambios, maldito
día.
El chico se despierta
sobresaltado, el hermano menor le grita incoherencias. Alguien le ha avisado al
hermano menor que el padre no está bien, al parecer lo han llevado al hospital.
El chico maldice para sus adentros y se yergue presurosamente, no sabe qué
hacer. Encuentra a la madre que llega de trabajar. Seis de la tarde. No
entiende lo que ella le explica, coge un par de monedas y llama al hermano
mayor quien está enseñando matemáticas, así se gana la vida por ahora que es
aún estudiante. El hermano mayor contesta, y se apresura a salir del
trabajo.
El chico y la madre salen
rápidamente de la casa, se dirigen al hospital. El chico, quien no es muy adepto
a los rezos, suplica para sus adentros, como si tratara de encontrar a ese dios
que nunca busca, o que no existe, pero a quien necesita de algún modo. Así es
el ser humano, busca lo que nunca buscó solo cuando lo necesita, convenido
idiota. Llegan al hospital, entran por la puerta de emergencias. Maldito olor a
muerte.
Las horas pasan, los amigos
llegan a brindar su apoyo; algunos, después de un buen rato, comprensiblemente,
se retiran. Las horas siguen su camino, el tiempo es así, no le interesa nada,
ciego y mudo sigue adelante, inmutable. El chico y el hermano mayor duermen, el
cansancio puede más que el dolor. Despiertan, nada ha cambiado. El padre sigue
en la camilla, nadie pude entrar a verlo.
La presión arterial fue tan alta
que el padre perdió el conocimiento en el auto en el que se dirigía al trabajo.
El cobrador lo bajó del vehículo y lo
dejó tirado en la acera. Nadie lo ayudó, malditos humanos, así somos, una sarta
de malditos hijos de puta a los que no nos importa nada ni nadie. Un policía fue
el único que lo ayudó, obligación, compasión, no se sabe, solo se sabe que lo
llevaron al hospital cuando se dieron cuenta que no era un borracho.
El chico espera en la sala. Ya ha
entrado a verlo, pero no pudo decirle mucho. Lo ha visto con muchos aparatos en
el cuerpo, unos cables en la cabeza, él no entiende mucho de eso, no entiende
nada en realidad. Se ha quedado mirándolo, lo ha cogido de la mano. Habían,
días antes, proyectado arreglar un repostero viejo para guardar los pocos platos
y tazas; el chico le recuerda eso al padre, le dice que tiene que estar bien
para arreglarlo juntos. El padre no lo escucha, está en silencio, los ojos
cerrados, su alma está en una lucha de la que salió librado varias veces de
joven, pero ya no es joven, y la lucha es ardua.
A las once de la noche, un doctor
llama al hermano mayor. El chico está parado frente a la puerta doble. Alguien
se acerca donde el chico, le dice que lo lamenta. Los párpados no se cierran,
con respeto mortuorio se quedan abiertos esperando que las lágrimas asomen. Dos
chorros grandes de agua caen por las mejillas del chico. Es lo único que puede hacer, no más. El padre no volverá a sonreírle como lo hacía, ni lo abrazará
como lo abrazaba, ni le acariciará la cabeza, ni les dirá, al chico y a sus hermanos,
que son el único motivo por el que sigue sacándose la mierda a diario. Por
ahora, todo se ha ido al carajo.
Al día siguiente, es el chico
quien, con ayuda de una prima, recoge el cuerpo inerte del padre. El hermano
mayor hace trámites para sacar el cuerpo sin la necesidad de una autopsia. De
la morgue, ese lugar que apesta a mierda, que apesta a humano, de ese lugar
sacan el cuerpo del padre. La prima, una de las más queridas, llora, lo quería
tanto. El chico no se inmuta, no puede. El olor de la muerte se le ha metido en
el alma, y es ese olor el que no se le irá de la mente jamás, el mismo olor que
le impedirá estar en un velorio, que le impedirá ir al cementerio.
El chico se queda a solas con el ataúd
en el velatorio. Son tres horas, o más, o menos, el tiempo ya no importa, en
las que el chico tiene la última conversación con su padre. Llora hasta el
cansancio. El lugar está abierto, es el velatorio de una iglesia, pero nadie se
acerca. El chico llora, nunca ha llorado antes como lo hace ahora, ni lo hará
jamás. Luego, cuando la gente lo vea sin lágrimas pensará que no le dolió, pero
el amaba tanto a su padre, ¿cómo mierda no le iba a doler? El chico ignora lo que sienten sus hermanos y su madre, solo sabe que le duele tanto como a él. Ellos si llorarán luego; él, ya no, las lágrimas también se acaban.
El chico no va al cementerio en
el cumpleaños del padre, como lo hacen otros, él no puede. Tampoco va en el día
del padre. Esos días son bastante duros para él, todos los días son duros
cuando alguien parte. Son días duros que se vuelven crueles. Tal vez nadie
entienda las decisiones que el chico tomó desde aquel día, pero nadie tampoco
entenderá cuánto amaba este chico a su padre. Hay días en que no soporta más y
se echa a llorar a solas, como lo hace hoy para no morir.
Hoy quisiera volver
el tiempo y asombrarse otra vez con las ingeniosas construcciones de su padre,
con esa frente amplia, con esa sonrisa fácil, con ese geste duro, con esas
manos fuertes, con esos abrazos más fuertes aún, con un libro en la mano; qué
importaba lo demás si el padre era el tipo más inteligente que él conocía, qué
mierda importaba lo demás si él lo era todo, qué mierda importan los errores cuando se
ama. Hoy, el chico que ya ha dejado de ser chico, que se va convirtiendo en
hombre, quisiera volver el tiempo y no cerrar esa puerta y ver, siquiera de
espaldas y con ese caminar pausado y orgulloso, a su padre voltear la esquina.
Para Jorge Roberto, a quien no
puedo recordar sin llorar.
Muy buenos los escritos con algo de rabia puestos en tu texto... para todos es dificil perder a alguien q siempre estuvo alli pero bueno no eligimos cuales momentos pasar o cuales no , si lo hicieramos,vivir, no seria lo mismo... Muy buen texto profe
ResponderEliminarHay que aprovechar esos momentos en que estamos más sensibles y más prestos a explotar. Claro que la ficción tiene un grado mayor que la realidad y ahí está el arte creativo. Gracias por tus visitas y los comentarios.
Eliminarmomentos duros que pasamos todos en esta vida aun mas cuando son seres que queremos con todo nuestro ser, se entiende que no es facil lo que pasaste pero ten presente todos los recuerdos y cosas buenas que te enseño que para eso se saco la mugre trabajando para que seas mejor cada dia !!!! atte leito ......
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Solo quise hacer un recuento de todas las historias que he escuchado sobre seres amados ausentes y amalgamarlas. Lo importante es tener presente a las personas que ya han partido y lo bueno que hicieron por nosotros, de ese modo se hace más soportable su ausencia. Gracias, amigo.
EliminarBien :)
ResponderEliminarGracias
ResponderEliminarGenial !!
ResponderEliminarAgradezco los comentarios; me animan a seguir creyendo en esto. Al fin y al cabo, solo soy algo si ustedes, los que me leen, están.
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