Hoy, un día cualquiera, desperté, pero no abrí los ojos. En ese mar oscuro apareciste con tus ojos grandes y hermosos y tu sonrisa infinitamente reparadora. Apareciste como una tormenta estelar y bombardeaste mis pupilas que, ocultas tras los párpados, empezaron a inundarse.
Cada cierto tiempo me asalta tu imagen. De pronto en el carro: la cabeza recostada sobre el vidrio, la música suave, los ojos en el artístico horizonte. De pronto en la céntrica Lima: caminos olvidados, edificios que acechan el paso de los transeúntes, nombres de calles que se confabulan en contra del paso del tiempo.
Intento abrir los ojos. Y no quiero. Tu frente grande, señal de astucia e inteligencia, remata ese rostro tierno y augusto que suele aún hoy mirarme con amor algunas veces; con dureza, otras tantas. Te sonrío, pero lloro. No puedo y nunca podré separar este sentimiento de mi alma. Un sentimiento tan ambiguo como mi propia personalidad. Un sentimiento que, a pesar de los años transcurridos, aún me asalta súbitamente y hace de mi rostro un cielo invernado.
Vuelvo de vez en cuando hasta donde caminamos tantas veces, donde tú y yo miramos tantas cosas que aún nos recuerdan, pero que ni tú ni yo podemos ya recordar. Y tú no recuerdas porque ya no estás y las memorias se van con quienes deciden no estar más (o a quienes los obligan a irse), y yo no recuerdo porque la selectiva memoria que me tocó me libera de la dependencia del pasado, muy a mi pesar a veces.
Te me acercas y mis ojos aún cerrados te ven. Me abrazas y me dices que me quieres, que siempre me has querido. que siempre me querrás. Me abrazas y te abrazo como nunca lo hicimos y como siempre quisimos. Siento tus brazos y tu pecho. Son mis brazos y mi pecho ahora. Y tus ojos serán mis ojos, Y tu tez será la mía. Y tu sonrisa, no, esa no será mía, esa siempre será tuya, siempre será tu sonrisa, esa tu sonrisa que supo querer, que aprendió a vivir.
Los libros que tanto quisiste leer ya no están, pero en su lugar hay otros tantos, tanto y más buenos que los que atesorabas. Los adquiero por muchas razones: porque soy tú, porque así lo quisiste, porque fuiste inteligente, y lo sigues siendo seguramente, porque me encantan las historias, porque me recuerdan a ti y porque soy malditamente maníaco.
Retiro tu rostro y lo veo, paciente. Mis ojos todavía cerrados se han acostumbrado a estas alturas a la oscuridad. Como todo yo. El ambiente apacible me adormece. Tus ojos sensibles al llanto se han humedecido. Te quiero, cierra los ojos y verás que despiertas, te digo. Ciérralos, porque cuando los cierres tú, solo entonces, podré abrirlos yo.
Gracias papá. Te amo.
Gracias papá. Te amo.
Ficcionando...
ResponderEliminarQué bonito..! Realmente eres muy sensible :)
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