martes, 20 de agosto de 2013

Fotografías: pequeñas muestras hipócritas de felicidad

Teolith es fotógrafa. Ama, desde que tiene recuerdos, coger su cámara profesional, pegársela a la cara, adherírsela, como si buscara el alma del aparato, y husmear el mundo a través del lente. Hay fotografías que Teolith jamás toma. Teolith odia fotografiar personas. Somos una tira de malditos hipócritas, se le oye vociferar cuando alguien se atreve a preguntarle por qué no toma fotografías de gentes. Peor es cuando los invitados a algún evento, con el brazo estirado ofreciendo la cámara digital, le piden que los retrate. Ella solemnemente los mira con cierta pena y odio, ya deberían saber, con tantos chismosos que hay, piensa. Si les tomo la foto, tendré que matarlos, les dice, y se da la vuelta. Se va como una hoja al viento, ligera como solo ella puede ser.

Y así es Teolith: una descuadrada que se deja ser y jode a quien puede (en realidad, a quien quiere). Igual me voy a morir, dice, así que mejor jodo a todo el mundo; si cuando muera todos van a decir que era la mejor, que era de putamadre, y me llevarán flores y me llorarán; por que cuando mueres todos te quieren y eres la mejor , y se desternilla de risa la condenada. Así es Teolith, una jovencita con lentes de marco grueso, como los de Woody Allen. Soy una maldita hipster, dice, maldita, maldita hipster, y no hay quien le ponga límites a su risa que la tumba y la hace rodar por el césped, cuando está en algún parque o en el jardín de su casa; por la arena, cuando le da ganas de playa, …y de pronto se reincorpora, seria, ¡no! ¡jamás!, una puta antes que una hipster, una snob antes que una hipster, presidente antes que… no ni huevona, presidente no, prefiero ser puta antes que hipster y presidente, la política no va conmigo, yo soy honrada, carajo. Sus amigos, los pocos que tiene, que pueden ser contados con los dedos de una sola mano ya la conocen, y así la quieren. En el fondo ellos quisieran ser como Teolith, pero es que a esta muchacha todo le sale natural, nunca parece que estuviera fingiendo.

Lo que siempre llama la atención, desde que estaba en la escuela, es su nombre. En la escuela, las maestras, que eran religiosas, la llamaban por su segundo nombre, pero a ella nunca le gustó. Parecía que le temieran a ese nombre tan raro. Llámenme por mi primer nombre, caray, les decía. Las maestras nunca la llamaron por el primer nombre y nunca dieron razones claras del porqué. Ella escribía su nombre el cuaderno de mil maneras, pero nunca en el mobiliario, ni en las paredes, ni en las puertas de los baños, solo en su cuaderno. Le compraban muchos cuadernos, obvio, pues todos los llenaba con su nombre, nada de matemáticas, ni ciencias, solo su nombre. Pero nunca jaló ninguna materia. Es que le tienen miedo a mi nombre, pingüinos tontos, decía refiriéndose a las religiosas.

Cierto día, cuentan, Teolith estaba en el bus, enojada porque la gente estaba durmiendo, porque el conductor era amante de la música chicha (y era tan considerado que quería que los pasajeros escuchen a sus afinados intérpretes), y porque no traía consigo los audífonos. La gente apesta cuando duerme, ¿no se dan cuenta?, por eso yo no duermo en el carro, dice Teolith, porque aparte de apestar como un marrano, me canso más. Dormir en el carro cansa, concluyó. Dicen que, enojada por los malos olores que todos exhalaban y por la tremenda bulla que la radio emitía, se paró del asiento y fue caminando decidida donde el conductor. No sé cómo la gente puede dormir, además, con la tremenda bulla de este baboso, decía mientras se acercaba temerariamente. Oye, tú, huevón, ¿qué mierda crees? ¿que esto es una discoteca?. El conductor la miró con el terror que solo una niñez traumada puede adjudicarse. Teolith cogió, dicen, el parlante que estaba bajo el asiento próximo al del chofer y lo aventó por la ventana, rompiendo los vidrios. Todos estaban despiertos con los ojos de platos mirándola. El conductor no sabía qué hacer. Ella regresó a su asiento mientras algunos pasajeros (los que no habían estado durmiendo, creo yo) la aplaudían y el conductor enrojecido le miraba el trasero regordete por el espejo retrovisor.

***

Cuando Teolith tenía 7 años vio a sus padres discutir en la habitación superior. Era la discusión “más grande y fuerte” que había presenciado y jamás se le borraría de los recuerdos. Lo gracioso, se le oyó decir solo una vez  a Teolith quien no cuenta así porque sí su vida a cualquiera, en una reunión con los amigos, es que al rato bajaron y se tomaron una foto sonriendo, todo porque estaba la familia presente. Tremendos conchesumares, agregó, malditos hipócritas, por eso odio las fotografías, porque solo muestran segundos de falsa felicidad, de una felicidad que después de disparado el flash se va a la misma mierda. Así que si me piden que les tome una estúpida foto, los tendré que matar por hipócritas, por falsos, por banales, … Se le oyó eructar, y perdió el sentido. Las copas de pisco sour habían hecho efecto.

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