“…de ser un recuerdo, o tal vez, para ella, un olvido. …”.
Así versa el fragmento de la letra de una canción que me trae a la mente tus ojos
acuosos. Es que tus ojos me han invadido los sentidos, me han descuadrado los
estándares vivenciales en los que me había sumergido. Tus ojos han pasado de
ser simples órganos visuales a ser luminosas estrellas errantes de mi cielo.
Mi alma, cual incólume hoja blanca, ha sido retratada con tu
nirvánica sonrisa que me eleva hasta
las nubes exentas de penas. Sé cuánto oculta tu sonrisa, porque la mía habla en
el mismo códice que la tuya. Sé que en la infinidad del recorrido de las rectas
paralelas nuestras sonrisas son una amalgama confusa donde lo único reconocible
son nuestros labios. De allí, de esa infinidad oscura y solitaria, tu sonrisa
me salva a diario, me rescata del naufragio en el que me toca vivir.
La espera se hace ciclópea cuando se trata de verte, de
vencer las distancias y migrar – golondrina solitaria en busca del sur – hacia el
calor de tu presencia austral. Las noches se hacen tan largas. Suelo asesinar
los minutos escribiendo en papeles que cuentan historias ciegas. Ciegas, pero
no mudas. Detrás de cada letra hay un grito desesperado por hacerte parte de mi
magullado destino. Cuando mi travesía nocturna se oculta a la luz del albor, el
sol me descongela las alas y, maltrecho, me encamino en la búsqueda de tus horas
más sinceras, de tu sonrisa que me habla sin decirme nada, que me abraza con
los brazos de tu alma, que me aparta de tus horas verdaderas.
Cómo describir lo que siento si no es de esta manera,
ocultando en esta compleja parafernalia un “te necesito” sincero. Si hasta me
he visto obligado a hacerme, por un lado, poeta de medio tiempo y crearte rimas
insonoras, caducadas, devastadas, solitarias… y por otro, narrador
inconsistente que se auto protagoniza en una historia que, de ser por mí, duraría toda la vida tan solo para
mantenerte atenta a mis letras. Si hasta me he visto obligado a soñar de día, mirando la Luna. Si hasta me he visto obligado a crearte un nombre: Silvia.
Así me pasaré la vida, en este lado del libro, donde puedo elegir quién soy, donde puedo alcanzar tu amor y podemos tener una historia. Talvez un día mis ojos se liberen a la luz de tu firmamento y me vea en tus brazos, respirando tu aire, sintiendo tu sonrisa entre mis labios... dejando de ser un maldito recuerdo,,, dejando de estar para siempre en el olvido.
***
Para cuando Silvia acabó de leer la carta, se había formado un conglomerado de dudas y preguntas en su cabeza que se sumaban a las que por aquellos días la habían invadido. Silvia tomó entre sus dedos temblorosos la única herramienta capaz de darle respuestas: su corazón.
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