sábado, 22 de junio de 2013

Raciocinio vesánicamente lógico de la locura orática


“[…] y Serrat me decía, con todo respeto, que perdí la razón por completo. [...] y el gran Silvio decía, con ésa su pausa, 'ese nosocomio ya está resignado'. [...] y atado de brazos y un nuevo envoltorio el Ráez me decía: "tras unos sedantes y un vomitivo, serás mi vecino en el sanatorio". Es un proceso largo, ya ven, que a veces se vuelve indiagnosticable, en un horizonte de vidrio y quimeras. La locura está presa entre estas mis venas y en este amor irremediable, en esta locura que aún tú no sabes.” *

Estoy loco. Mi nombre es Alejandro González y estoy loco. Tengo 24 años, y estoy loco. Que cómo lo sé, pues fácil: me encanta vivir en este mundo de mierda. A muchos les gusta vivir aquí, pero a mí me encanta, me fascina toda la escoria de la que estoy rodeado y de la que formo parte, porque también soy un asco. Ah, además lo sé porque el médico me diagnosticó trastorno obsesivo-compulsivo: dice que suelo repetir ciertas conductas, no lo creo, el loco debe ser él. Por cierto, ¿ya mencioné que estoy loco?

No ando desnudo por las calles, no me hace falta; bueno, en realidad no ando desnudo porque estoy bastante venido a menos en cuanto a musculatura. No como caca, no me gusta, no me acostumbro a su sabor. No pido dinero como el loco de un centro comercial en Covida, que solo llega los viernes por la noche con su gorila de juguete y en Navidad pone su arbolito; es un loco con horario de trabajo que hasta cuenta en Facebook tiene, no es broma.

No hago el amor en la calle, aunque para eso no hay que estar loco, hay que estar arrecho; prefiero un lugar privado, el baño de un restaurante no es mala idea. Tampoco salgo con mi biberón gigante, ni les ofrezco una “chupadita” (del biberón, obvio) a los transeúntes, ni salgo despeinado (me peino hasta para ir a comprar el pan) como un cómico de antaño, increíblemente, aún vigente.

Estoy enamorado. Sí, ya lo había dicho. ¿Dónde? Donde dije que estaba loco, es lo mismo, ¿no? Estoy enamorado de una mujer; hay quienes se enamoran de hombres, no es mi caso, al menos no por ahora. Estar enamorado es como, es como,… es como gritar tu autosuficiencia ante los dioses griegos y que estos te sometan a una Odýsseia de 10 años (sorry, Ulises); pero así es estar enamorado: una consecución de eventos malhadados, en donde lo que guía tus pasos no son tus propias decisiones. Pero como nos encanta el sufrimiento, ahí estamos. Estoy enamorado, estoy loco, perdón por la redundancia.

Me encanta leer y escribir, y voy a vivir de escribir y leer (más de lo primero). Esto también ya lo había mencionado en las dos primeras palabras: estoy loco. Sí, caray, estoy loco. Me gustan los crucigramas y las chicas, la música y los libros (si van juntos mejor), la gente que lee y la que no lee (estos últimos sirven para elevar el ego, pruébenlo, a menos que un(a) chic@ te guste y no sepa diferenciar entre el amigo de Pedro Picapiedra y el poeta chileno autor de Estravagario, eso sí que es matapasiones).

Me encanta la lluvia y odio las fiestas. Los domingos duermo hasta el mediodía y me voy a la cama a la medianoche y no salgo a ningún lado (“mis domingos son sagrados”). Odio los inviernos y me gustan los inviernos (?). Me gusta irme a la mierda de vez en cuando, me gusta mandar a la mierda a algunas personas de vez en cuando. Soy un ingrato de lo peor, aunque no es porque yo quiera (mis padres nunca visitaron a nadie, tal vez por eso yo tampoco lo hago).

Escribo poesía que nadie lee. No me gusta publicar mis poemas, han sido muy criticados, así que mejor se quedan en el baúl de los recuerdos (disco D  de mi laptop). Tengo mala memoria, no recuerdo ni lo que escribo, cuántos poemas que escribí en papel han quedado en el olvido por no recordar dónde los dejo.

Reclamo por los toros que unos hijos de puta matan. Cuando pienso en esas escorias llamadas toreros, me pongo a pensar, también, en todos los desadaptados estadounidenses que entran a las escuelas a matar inocentes. En verdad, no hay diferencias, solo que en el primer caso, la gente lo disfruta y pagan para verlo. Que no digo siempre que somos unos cabrones. Reclamo por la Tierra que devastamos, cuando nos morimos no nos llevamos nada, ni el cajón es ya nuestro, pero seguimos jodiendo. Y por meterme a reclamar me llaman loco. Qué cojudos.

Y bueno, ya basta de tanta letra. Salgo en busca de la mejor forma de obtener inspiración: vivir. Me voy un rato a la mierda. Adiós. Ah, lo olvidaba, estoy loco y… todos se pueden ir a la mierda.


* Fragmento de Vesania, canción incluida en “Memorias desde Vesania” del gatuno cantautor mundano (tener en cuenta la primera acepción del DRAE) Daniel F. Gracias por la autorización respectiva. El título, por otro lado, también esta basado en las composiciones del mencionado autor.

domingo, 16 de junio de 2013

De lo estúpido que es crear un "feliz día..."

El chico se echa a dormir, como lo hace todas las tardes, hasta las cuatro, hora en la que el padre se va a trabajar. El chico llega cansado de la academia donde se prepara a diario para alcanzar una vacante en la universidad donde todos quieren entrar, pero pocos pueden. El padre se va a trabajar a las cuatro de la tarde, esta semana le toca trabajar de noche, para que el chico pueda seguir preparándose en la costosa (para ellos lo es) academia. El chico suele despertarse y despedir a su padre con un apretón de manos, pero hoy no lo hace así. Hoy se despierta pero sigue con los ojos cerrados, así lo despide, ni siquiera lo ve, el cansancio es mucho, y cierra la puerta.

Es raro, el chico siempre suele ver a su padre desde la ventana. El chico se apoya en el marco y ve al padre, con el caminar pausado y orgulloso, hasta que este desaparece al voltear una esquina. Hoy, simplemente, cierra la puerta y se echa en la cama a continuar durmiendo. Es un día raro, así comienza lo inesperado, en medio de la rutina, cuando no se espera que pase nada. Maldita rutina, malditos cambios, maldito día.

El chico se despierta sobresaltado, el hermano menor le grita incoherencias. Alguien le ha avisado al hermano menor que el padre no está bien, al parecer lo han llevado al hospital. El chico maldice para sus adentros y se yergue presurosamente, no sabe qué hacer. Encuentra a la madre que llega de trabajar. Seis de la tarde. No entiende lo que ella le explica, coge un par de monedas y llama al hermano mayor quien está enseñando matemáticas, así se gana la vida por ahora que es aún estudiante. El hermano mayor contesta, y se apresura a salir del trabajo.

El chico y la madre salen rápidamente de la casa, se dirigen al hospital. El chico, quien no es muy adepto a los rezos, suplica para sus adentros, como si tratara de encontrar a ese dios que nunca busca, o que no existe, pero a quien necesita de algún modo. Así es el ser humano, busca lo que nunca buscó solo cuando lo necesita, convenido idiota. Llegan al hospital, entran por la puerta de emergencias. Maldito olor a muerte.

Las horas pasan, los amigos llegan a brindar su apoyo; algunos, después de un buen rato, comprensiblemente, se retiran. Las horas siguen su camino, el tiempo es así, no le interesa nada, ciego y mudo sigue adelante, inmutable. El chico y el hermano mayor duermen, el cansancio puede más que el dolor. Despiertan, nada ha cambiado. El padre sigue en la camilla, nadie pude entrar a verlo.

La presión arterial fue tan alta que el padre perdió el conocimiento en el auto en el que se dirigía al trabajo.  El cobrador lo bajó del vehículo y lo dejó tirado en la acera. Nadie lo ayudó, malditos humanos, así somos, una sarta de malditos hijos de puta a los que no nos importa nada ni nadie. Un policía fue el único que lo ayudó, obligación, compasión, no se sabe, solo se sabe que lo llevaron al hospital cuando se dieron cuenta que no era un borracho.

El chico espera en la sala. Ya ha entrado a verlo, pero no pudo decirle mucho. Lo ha visto con muchos aparatos en el cuerpo, unos cables en la cabeza, él no entiende mucho de eso, no entiende nada en realidad. Se ha quedado mirándolo, lo ha cogido de la mano. Habían, días antes, proyectado arreglar un repostero viejo para guardar los pocos platos y tazas; el chico le recuerda eso al padre, le dice que tiene que estar bien para arreglarlo juntos. El padre no lo escucha, está en silencio, los ojos cerrados, su alma está en una lucha de la que salió librado varias veces de joven, pero ya no es joven, y la lucha es ardua. 

A las once de la noche, un doctor llama al hermano mayor. El chico está parado frente a la puerta doble. Alguien se acerca donde el chico, le dice que lo lamenta. Los párpados no se cierran, con respeto mortuorio se quedan abiertos esperando que las lágrimas asomen. Dos chorros grandes de agua caen por las mejillas del chico. Es lo único que puede hacer, no más. El padre no volverá a sonreírle como lo hacía, ni lo abrazará como lo abrazaba, ni le acariciará la cabeza, ni les dirá, al chico y a sus hermanos, que son el único motivo por el que sigue sacándose la mierda a diario. Por ahora, todo se ha ido al carajo.

Al día siguiente, es el chico quien, con ayuda de una prima, recoge el cuerpo inerte del padre. El hermano mayor hace trámites para sacar el cuerpo sin la necesidad de una autopsia. De la morgue, ese lugar que apesta a mierda, que apesta a humano, de ese lugar sacan el cuerpo del padre. La prima, una de las más queridas, llora, lo quería tanto. El chico no se inmuta, no puede. El olor de la muerte se le ha metido en el alma, y es ese olor el que no se le irá de la mente jamás, el mismo olor que le impedirá estar en un velorio, que le impedirá ir al cementerio.

El chico se queda a solas con el ataúd en el velatorio. Son tres horas, o más, o menos, el tiempo ya no importa, en las que el chico tiene la última conversación con su padre. Llora hasta el cansancio. El lugar está abierto, es el velatorio de una iglesia, pero nadie se acerca. El chico llora, nunca ha llorado antes como lo hace ahora, ni lo hará jamás. Luego, cuando la gente lo vea sin lágrimas pensará que no le dolió, pero el amaba tanto a su padre, ¿cómo mierda no le iba a doler? El chico ignora lo que sienten sus hermanos y su madre, solo sabe que le duele tanto como a él. Ellos si llorarán luego; él, ya no, las lágrimas también se acaban.

El chico no va al cementerio en el cumpleaños del padre, como lo hacen otros, él no puede. Tampoco va en el día del padre. Esos días son bastante duros para él, todos los días son duros cuando alguien parte. Son días duros que se vuelven crueles. Tal vez nadie entienda las decisiones que el chico tomó desde aquel día, pero nadie tampoco entenderá cuánto amaba este chico a su padre. Hay días en que no soporta más y se echa a llorar a solas, como lo hace hoy para no morir. 

Hoy quisiera volver el tiempo y asombrarse otra vez con las ingeniosas construcciones de su padre, con esa frente amplia, con esa sonrisa fácil, con ese geste duro, con esas manos fuertes, con esos abrazos más fuertes aún, con un libro en la mano; qué importaba lo demás si el padre era el tipo más inteligente que él conocía, qué mierda importaba lo demás si él lo era todo, qué mierda importan los errores cuando se ama. Hoy, el chico que ya ha dejado de ser chico, que se va convirtiendo en hombre, quisiera volver el tiempo y no cerrar esa puerta y ver, siquiera de espaldas y con ese caminar pausado y orgulloso, a su padre voltear la esquina.


Para Jorge Roberto, a quien no puedo recordar sin llorar.

jueves, 13 de junio de 2013

Escritores y "escritores"


Dicen que las mujeres se enamoran de los escritores (como quien se enamora de cualquier otro). Me ha pasado. Muchas mujeres (no tantas en realidad), que me ignoraban por completo, cuando se enteraron que soy un prospecto de escritor, se me acercaron con intenciones poco buenas y poco morales. Es que este oficio es tan cautivador como decepcionante: cautivador para los que nos aventuramos y dejamos todo por dedicarnos a ficcionar; decepcionante para quienes se dan cuenta que los escritores no tenemos ni para saciar la necesidad instantánea del mendigo de la esquina.

He comprobado que somos como esos insectos extraños a los que todo el mundo examina cuando son descubiertos. Los estudian, y los abren, y les sacan las entrañas y el cerebro para saber qué hay dentro, y luego, cuando todo está consumado, cuando ya saciaron su sed de científicos pro-obtención-de-conocimientos-para-el-mundo, solo entonces, se les deja en paz, a los que quedan, cuando ya la cantidad de especímenes no supera los diez, solo entonces, se les ignora, se les abandona. Así somos los insectos extraños, así somos los escritores.

Las chicas que se acercan donde los escritores lo hacen con la ingenuidad de Eva al comer el fruto prohibido. Luego de un tiempo, no mucho pues la reacción a veces es instantánea,  las susodichas nos descartan al darse cuenta que nuestros bolsillos están llenos “solo” de poemas y lápices, e ilusiones y más poemas, e ideas de cuentos y novelas, y alguno que otro sueño.

Es así que el joven escritor regresa a la soledad, a escribir sus más sentidos poemas. Después de todo, no es malo el obrar de dichas féminas, al contrario, si no fuera por ellas, no habría escritores románticos y desdichados y geniales. Así que, aunque nos retorzamos de dolor por la ausencia del amor de nuestras vidas (qué estúpido suena esto) es de ahí de donde nos valemos para explotar nuestro arte.

De pronto siento que el escrito se ha vuelto un tanto machista. No me olvidé de ustedes escritoras, tanta mujer valiosa que expresa con mejor tino las emociones humanas y animales. Recuerdo que me enamoré de una poetisa, Dios, qué hermosa, con dedos llenos de magia, su voz era el poema que todo poeta busca, era el poema más hermoso que se hubiera escrito (qué patético), era… lesbiana. Maldita sea, mi primer amor poético y era lesbiana. Aún sigo en amores con ella, ella no lo sabe, así que le hago el amor a su alma (estas son todas las estupideces que el amor nos provoca escribir). Me doy cuenta que he confundido amor con enamoramiento, tendré que filosofar un tanto con respecto a esto, así que el tema, por lo pronto, se queda ahí.

El propósito de escribir esto no es mostrar a los escritores como seres incomprendidos (la verdad es que sí lo son, pero eso solo lo confiesan ellos para sus adentros, no para el público), como seres que se inmolan por amor a la humanidad. Nada de eso. El fin último es que nos demos cuenta que el oficio del escritor es tan sincero como los demás (como los que son sinceros, por supuesto, aquí no entra el oficio de “gestor de obtención de artículos de pertenencia ajena” o “choro”, o el de “vigilancia exhaustiva no requerida con propósito de habilitación de guardado permanente de los ahorros de toda su vida” o “marca”, no, esos no).

El oficio del escritor es maravilloso, para los escritores, claro está. Al final, los escritores no somos nada del otro mundo, qué idiota quien piensa eso, somos solo seres humanos que escriben, como el zapatero que arregla zapatos, o como el mototaxista que maneja su mototaxi, y así. Cualquiera puede ser escritor, si hasta la autora de una saga romántica de vampiros y una exconductora peruana de tv basura escriben. Cualquiera puede escribir, de allí a llegar ser buen escritor es otro asunto.

Feliz día a todos los buenos escritores.